Una llegada constante. Sobre la obra de Valentina Alvarado Matos y Carlos Vásquez Méndez
por Eliel Jones
Hace tiempo que se cuenta que, cuando una persona está a punto de morir, su vida pasa en un instante ante sus ojos como una serie de imágenes. Desde Platón hasta Vanilla Sky, esta relación entre imágenes y experiencias de final de la vida ha constituido un tropo visual y conceptual recurrente en el arte, la literatura y el cine. Conocidas como fenómenos de «repaso vital» y asociadas a la técnica narrativa y cinematográfica de flashback, estas escenas representan momentos relevantes en la historia de vida de un personaje. En el cine comercial, lo más común es que estos fogonazos visuales brinden una versión edulcorada de la historia vital de una persona; una versión abiertamente feliz y plagada de temas relacionados con nacimientos, regeneraciones y éxitos. De esta manera, el repaso vital que nos han enseñado las películas siempre reduce la experiencia humana a recuerdos selectos, generando una sensación general de completitud de una supuesta «buena vida»; una vida que, de acuerdo con estas imágenes, ha valido la pena vivir.
En la reciente obra colaborativa de Valentina Alvarado Matos y Carlos Vásquez Méndez, los fogonazos de imágenes saltan en dieciséis pantallas instaladas en la oscura y amplia extensión de La Capella en Barcelona, un espacio de arte contemporáneo ubicado en la capilla de un antiguo hospital del barrio de El Raval. Titulada el otro aquí, la instalación de Alvarado Matos y Vásquez Méndez reúne instantáneas de filmaciones tomadas a lo largo de una década entre España, Venezuela y Chile, como parte del archivo personal de cada cineasta, la mayoría exhibidos por primera vez. Su residencia en el estudio Hangar de Barcelona ha permitido a estos artistas revisitar este material personal bajo la forma de un proyecto colectivo. Cuando fui a visitarlos, en enero de este año, sus paredes estaban repletas de cientos de pequeñas imágenes impresas, como un mosaico de portales hacia los mundos de sus filmaciones, viajes y encuentros personales. De cara a esta exposición, han editado las grabaciones en segmentos que parecen casi inmóviles. Mostrándolas solo por unos segundos en cada pantalla, en una especie de coreografía no sincronizada, la instalación de Alvarado Matos y Vásquez Méndez crea una perspectiva visual que podría asociarse, en cierto modo, al fenómeno del repaso vital. No obstante, al negarse a narrativizar las experiencias insertas en estos documentos visuales de sus vidas, presentando a cambio fragmentos literales de escenas a menudo mundanas y descontextualizadas, estos cineastas han concebido una obra que ofusca la propensión del cine a imponer una forma de captura; de un momento, un lugar, un recuerdo o incluso una vida.
El entorno resultante sumerge al espectador en la aparición y desaparición de imágenes, intercalando entre medias fogonazos de luz emitida desde varios proyectores instalados en la sala. Como cineastas que filman casi exclusivamente en celuloide y que se preocupan por la materialidad de las películas, las instantáneas no parecen tanto fragmentos descartados de sus obras —excedentes derivados de las exigencias de montaje— como imágenes autónomas, todas con entidad propia. Incluso si se hallan desconectadas de sus contextos originales, o si han sido usadas en obras anteriores, estas imágenes parecen libres, creando aquí sus propios significados. Y en no poca medida es por eso que es fácil que la persona se vea completamente envuelta en este vaivén de momentos fugaces. Aunque se pueda sentir el impulso de intentar hacer seguimiento de todo lo que aparece, lo más cautivador consiste en darse cuenta de qué es lo que queda exactamente en nuestra mente de todo lo que vemos. Y, por lo tanto, no es sorprendente que lo que una persona recuerda vívidamente sea en cambio totalmente ignorado por otra, y que lo que resulta muy relevante para alguien pueda pasar totalmente inadvertido para otra persona.
A modo de ayuda a nuestra imaginación y a nuestra capacidad de recuerdo, los espacios en blanco editados entre las imágenes no solo nos conceden tiempo, sino que también llevan nuestra atención a cosas que, de otra manera, nos podrían haber pasado desapercibidas. De hecho, no hace falta mirar mucho para empezar a percibir obsesiones y reiteraciones que emergen de las visiones del mundo de los cineastas. Manos que recomponen los fragmentos de un jarrón roto, que se lavan tras trabajar con arcilla, que amasan masa entre sus palmas, que dibujan, que pintan, que sujetan… se puede pensar que todas estas manos pertenecen a las grabaciones de Alvarado Matos, que ha dedicado tiempo a experimentar con la materialidad del celuloide y de la cerámica, con el fin de explorar el tacto y la sensualidad por medio de la imagen. En cambio, de la obra de Vásquez Méndez emerge el papel del artista como historiador, y como tal podemos hallarlo estudiando una miríada de paisajes: unas montañas lejanas, una cordillera volcánica, un árbol, unos pájaros planeando sobre un terreno llano o un camino yermo. Pero que unas imágenes sean identificables de un artista u otro es irrelevante, pues se trata de un testimonio de su práctica colaborativa. Lo importante es que la coreografía filmográfica diseñada no requiere una simbiosis de sus archivos; permite a ambos artistas presentar su propia subjetividad y al público dejarse afectar por cada uno de ellos.
Lo que las subjetividades de Alvarado Matos y Vásquez Méndez sí comparten es un deseo de transmitir las memorias de un lugar de «origen» como algo arraigado a una sensación de hogar que se halla simultáneamente aquí y ahí. el otro aquí enfatiza lo «otro» en relación con algún otro lugar más que con otra persona, y el «aquí» como un lugar que es tanto particular como anodino. Que no podamos identificar si los fragmentos proceden de España, Chile o Venezuela, o de algún otro lugar, es esencial para contrarrestar las expectativas a menudo impuestas a las personas migrantes de aclarar a los demás cuál es su procedencia. Compartiendo las conexiones afectivas, relacionales y físicas que han desarrollado en todos estos lugares, la obra de Alvarado Matos y Vásquez Méndez renegocia poéticamente el concepto de pertenencia como algo que nunca llega a su fin, pasando a ser más bien un sentimiento en constante proceso de llegada.